Palacio de los Condes de Argillo

Morata de Jalón posee uno de los monumentos del barroco civil más importantes de Aragón. Su palacio, junto con la iglesia de Santa Ana, configuran el auténtico corazón de la villa.

El Palacio de los Condes de Argillo fue construido entre 1671 y 1677, un récord asombroso dadas sus dimensiones. Tiene una planta en forma de H, con un cuerpo central muy desarrollado en el que se distribuyen las princi­pales estancias y salones, y dos alas laterales que hacia adelante forman los lados de la plaza y que rematan en sendas torres, mientras que hacia atrás abrazan un pequeño jardín privado.

Estamos ante un edificio espectacular, uno de los más importantes de la arquitectu­ra civil de todos los tiempos en Aragón, que inauguró el estilo barroco en los edificios civiles de estas tierras y que tiene un senti­do escenográfico clarísimo. Erigido en ladrillo sobre un zócalo de piedra, presenta una gran fachada principal de tres alturas, centrada por la portada principal en arco de medio punto, aun­que el elemento que le confiere una mayor personalidad es el alero: se trata de una galería de óculos que rematan la fachada y que está poblada de figuras en yeso que recuerdan a los masca­rones de proa o a las gárgolas medievales. Son, como éstas, fantásticas y variadas, aunque no tienen más función que la decorativa. En total hay 58 figuras, a cual más interesante, curiosa o bella.

 El palacio ha sido restaurado en parte –cubiertas, fachada principal y ala derecha- y en la actualidad acoge en la zona recuperada diferentes servicios municipales, mientras que la zona más monumental está pendiente de restauración. Destaca en primer lugar su escalera monumental, de tres ramales, el central de los cuales nos conduce al jardín, situado a un nivel más bajo, mientras que por los laterales se asciende a la planta noble. La bóveda de esta escalera, de lunetos y decorada en yeso en su color, es magnífica.

Hay numerosas salas destacables, que se suceden unas tras otras y se intercomunican mediante escalerillas interiores, camufladas, hasta crear un auténtico laberinto. Pero la más bella es la denominada Salón Pintado o Salón Dorado, lujosa estancia decorada con pinturas murales (algunas, en realidad, son pinturas sobre lienzo clavadas) y labores de yeso policromado en su gran bóveda. El conjunto es espectacular y está presidido por la repetición casi obsesiva de las armas de los Sanz de Cortes, como si su promotor quisiera dejar claro machaconamente ante los demás que había alcanzado el estatus de aristócrata. El extraordinario salón no da a la plaza, sino al jardín, detalle intimista que nos habla de la distinción que se hacía entre las áreas privadas del palacio y las dedicadas a aparato, distribuidas hacia la plaza.

 Son muy interesantes también las caballerizas, con sus bóvedas de crucería sobre pilares, y la falsa o granero, justo bajo el tejado, donde se conservan aún las pintadas de los soldados que estuvieron allí alojados durante dos guerras: la de la Independencia y la Civil. El ala derecha que cierra la plaza por ese lado, por su parte, fue concebida en su planta baja como una lonja abierta para celebrar allí el mercado. Durante muchos años ha permanecido cerrada y recientemente se ha recuperado su formato original.

 

Texto: Marisancho Menjón, historiadora del Arte